El Arte de Hablar con Belleza
Las opiniones sobre el arte de hablar con belleza son siempre polarizadas. Hay quienes se pronuncian a favor argumentando que esa elegancia al momento de dirigirse al público, hacen que hablar sea un arte. Algunos otros están en contra de la expresión literaria en el discurso, ya que esto permite la manipulación de las masas.
Particularmente me manifiesto como un defensor de la expresión bella y retórica de la palabra. Considero que tiene una importancia central el hablar con argumentos, pero también me parece indispensable que esas ideas deben manifestarse con elegancia y elocuencia.
Encontrar el equilibrio entre argumentación y belleza son elementos indispensables en el arte de hablar en público. Hacerlo nos permite vislumbrar a un hombre que sabe hablar exitosamente.
También considero que quien ataca la expresión bella y emotiva del orador, es derivado de la incapacidad de expresarse ante el público y más aún, de hacerlo con la elegancia y prestancia que solo es posible hallar en el hombre formado en el estudio y practica de la oratoria.
Los seres humanos tenemos la facultad de apreciar la belleza y maravillarnos ante ella. Por ello es que podemos asombrarnos observando un amanecer o la luz de las constelaciones. La virtud de admirar lo estético es la que nos permite deleitarnos con la música o la escultura. Quien que sea sensiblemente humano, puede negar el poder de la palabra escrita en la literatura y su magia creadora que despierta nuestra imaginación.
Así en la oratoria se justifica la inminente y humana facultad de hablar con belleza. Hacerlo es un talento que muy pocos alcanzan, así podemos decir que: Jesús el Cristo, Demóstenes, Cicerón, Sócrates, Gandhi, Martín Luther King, la Madre Teresa de Calcuta o el Papa Juan Pablo II; fueron hombres que hablaron y enseñaron con metáforas y parábolas.
La palabra de cada uno de ellos y de muchos más, son un testimonio de ideas profundas y sabias, pero también expuestas con elocuencia y verdad. Me parece inimaginable la posibilidad de alguno de ellos hablara con palabras áridas, frías y materialistas.
Por ello defiendo la expresión estética del lenguaje. Más aún cuando se trata de un discurso. El reto consiste en hacer que nuestras ideas y argumentos surjan de nuestros labios con la intención de hacerse escuchar en el corazón de nuestra audiencia.
Si lo logramos, estaremos frente a la posibilidad de conquistar el sueño de todo orador, que consiste en robar por varias ocasiones el aplauso de la multitud y que al concluir nuestra disertación, todos se pongan de pie para ofrendar una ovación estruendosa y prolongada.
Si lo logramos podremos tener la certeza de que nuestras palabras desafiaran al tiempo y estarán permanentemente guardadas en la mente y el corazón de quienes nos escucharon. Hablar como lo hicieron los grandes maestros de la palabra, nos permite ganar un sitio en la eternidad.
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